Después de que las poblaciones de conejos silvestres lograran desarrollar resistencia al virus de la enfermedad hemorrágica, una nueva cepa ha vuelto a trastocar toda la estrategia epidemiológica y de conservación de la especie. Sin embargo, hay motivos para sentirse optimistas y recuperar, con las adecuadas medidas de gestión, el equilibrio perdido.
Por Antonio J. Calvo y otros autores
La enfermedad hemorrágica del conejo o RHD (Rabbit Haemorrhagic Disease) es una vieja conocida para todos los relacionados con la especie, tanto en el sector de la cunicultura doméstica como en el ámbito cinegético y en el mundo de la conservación de la naturaleza. Desde su irrupción en España a finales de los años ochenta, ha provocado numerosos problemas debido a su alta tasa de mortalidad y a la facilidad con la que se transmite.
En las granjas de cunicultura, la RHD representa una amenaza constante por el fuerte impacto que puede alcanzar en las instalaciones que no estén suficientemente protegidas. Sin embargo, la existencia de vacunas eficaces ha limitado drásticamente las pérdidas. No ocurrió lo mismo en las poblaciones de conejo silvestre, en las que la RHD produjo un rápido descenso de las densidades durante los primeros años. A partir de entonces y con la enfermedad ya endémica, cada población evolucionó buscando alcanzar su equilibrio natural con el virus. Un equilibrio que se alcanza cuando el número de individuos muertos puede ser compensado por la productividad de la población, es decir, por el número de conejos nuevos que es capaz de producir cada año. Como es lógico, no se trata de que los conejos se reproduzcan más de forma voluntaria, sino que al disminuir la densidad de población también se reduce la capacidad de transmisión del virus y la mortalidad queda así limitada.
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