Un pez procedente del mar Negro amenaza ahora a los sufridos bivalvos de agua dulce que sobreviven en los ríos europeos. Se trata de Rhodeus amarus, un pequeño ciprínido que pescadores y amantes de los acuarios han empezado a diseminar de forma irresponsable. El pececillo, que ya está bien asentado en Europa central tras remontar la cuenca del Danubio, deposita su puesta en las branquias de las náyades. Joaquín Soler, investigador del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, ha destacado el peligro que entraña si continúa su progresión hacia el sur: “la expansión de este pequeño pez le ha puesto en contacto con otras especies de náyades, entre ellas Margaritifera auricularia en el río Creuse (Francia), a las que también hemos visto que utiliza para hacer su puesta.” Lo que les faltaba a las margaritonas.
En este mismo número de Quercus nos hacemos eco de la abundante fauna acuática de otras latitudes que ha invadido el río Segura (págs. 24-30). Según sus autores, David Verdiell y Javier Murcia, “sufre una de las tasas más elevadas de contaminación biológica de todas las cuencas hidrográficas españolas.” De hecho, alberga muchos más peces exóticos que nativos. Entre los invertebrados, por citar también un caso peculiar, se encuentra el cangrejo azul (Callinectes sapidus), un probable polizón de las aguas de lastre que trajeron los barcos desde el otro lado del Atlántico. Es una especie tan prolífica que ya ha pasado a formar parte de los arroces y las mariscadas que se sirven en toda la franja costera levantina.
El asunto es tan preocupante que también a finales del pasado mes de marzo se presentó un nuevo proyecto LIFE coordinado precisamente por la Universidad de Murcia y en el que participan diversas entidades españolas y portuguesas. Su nombre no puede ser más explícito, Invasaqua, y trata de presentar batalla en los tres frentes que mantienen abiertas las especies exóticas invasoras, en particular las acuáticas: pérdida de biodiversidad, impacto socioeconómico y perjuicios para la salud humana. Las aguas continentales son, sin duda, los ecosistemas más fuertemente alterados de nuestro páís. Y, quizá también, los más frágiles. Un auténtico dislate si tenemos en cuenta que, aunque sólo fuera por nuestro propio interés, el agua va a tener una importancia estratégica decisiva durante los años venideros debido al crecimiento exponencial de la población humana.