Vivir en una isla tiene sus ventajas, también para los animales. Una de ellas es compartir el espacio con un número menor de especies de las que cabría encontrar en el continente, incluidos depredadores y parásitos, lo que tiene una gran importancia desde el punto de vista de las interacciones ecológicas.
Los parásitos de la malaria aviar se caracterizan por su enorme diversidad. Son capaces de infectar a un gran número de especies en todo el mundo y, además, necesitan dos hospedadores distintos para completar su ciclo vital. Aunque hay cierta discrepancia, podemos considerar a los parásitos de la malaria aviar como aquellos pertenecientes a los géneros Plasmodium y Haemoproteus. Ambos requieren la intervención de un ave para multiplicarse y la de un insecto hematófago (que se alimenta de sangre) para completar su reproducción sexual y ser transmitidos a un nuevo hospedador. Comparten muchas características de su ciclo vital, pero difieren en las especies de insectos que los transmiten, es decir, en sus vectores. De hecho, no todos los insectos hematófagos resultan ser vectores competentes de estos parásitos. Sólo unos pocos, y como resultado de una larga historia evolutiva en común, pueden transmitir los parásitos sanguíneos de la malaria aviar de manera eficaz. Los parásitos del género Plasmodium son transmitidos por mosquitos (Culicidae), mientras que los del género Haemoproteus lo hacen a través de moscas planas (Hippoboscidae) y culicoides (Ceratopogonidae) (1).
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