La conservación de la naturaleza, vocación de muchas personas y ocupación remunerada de unos pocos, está llena de sobresaltos y malas noticias. De hecho, la Biología de la Conservación se ha definido como una disciplina de crisis (1). En buena medida, estos sustos son producto de la actividad de nuestros conespecíficos, que van desarrollando sus proyectos sin tener en consideración sus repercusiones sobre las especies silvestres que nos acompañan en este momento y en este lugar. La termodinámica nos enseña que cualquier alteración en el sistema producirá cambios y que siempre serán “a costa” de algunos de sus elementos. Por ejemplo, si dedicamos un terreno a la ganadería, y lo hacemos con cuidado, favoreceremos a las especies propias de los pastizales, pero excluiremos a las de los matorrales; pero si reforestamos una zona vendrán los pájaros de los bosques y se irán los de zonas abiertas; si construimos una ciudad, haremos desaparecer bajo el cemento hectáreas de suelo natural o agrícola, pero probablemente liberemos una superficie mucho mayor de terreno antes ocupada por habitantes dedicados al sector primario. Nunca hay una solución perfecta para todos: con pocos depredadores habrá muchas presas y con muchos herbívoros habrá menos plantas.
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