Por Miguel Ortega y Jesús Julio Camarero
Durante su periodo vegetativo un árbol crece tanto en altura como en anchura. Cada año necesita crear nuevas células de la madera (“traqueidas” en coníferas o “vasos” en frondosas) por las que circula la savia. Al mismo tiempo, va dejando atrás las células muertas y menos funcionales de años anteriores. Esta formación de madera, más o menos concéntrica, da lugar a los anillos de crecimiento, muy visibles en las coníferas y en algunas frondosas. En los anillos de las coníferas se distingue una parte ancha y clara, la madera temprana o de primavera, y otra estrecha y oscura, la madera tardía o de verano, aunque también se forma en otoño. Las últimas células de la madera tardía señalan el final del crecimiento radial en esa temporada. En algunas frondosas también se aprecian bien los anillos de crecimiento y se caracterizan por la formación de vasos grandes en la madera temprana que permiten conducir el agua para reconstruir el follaje en primavera. Sin embargo, en ciertas especies, como la encina y el olivo, los anillos tienen vasos sencillos y similares, por lo que no son tan fáciles de distinguir. En las regiones tropicales muchos árboles no forman anillos anuales, aunque otros sí lo hacen porque están en zonas sujetas a un cierto ritmo estacional, marcado bien por sequías (bosque tropical seco) o bien por inundaciones (algunos bosques amazónicos).