Bueno, pues ya estamos aquí, cuarenta años después, con unas lechuzas amadrinando la portada. Otro de esos milagros que sólo pueden explicarse por dos factores, ambos improbables. En primer lugar, el fiel apoyo de lectores y suscriptores durante toda una vida, pues en esos términos puede fijarse ya el periodo de tiempo transcurrido. Y, en segundo lugar, la férrea insistencia de los distintos equipos de redacción de Quercus por mantener esta revista a flote. Ahora mismo, por ejemplo, la cadencia mensual es soportada por únicamente tres personas, que han consagrado su vida profesional, y buena parte de la privada, a divulgar e informar sobre conservación de la biodiversidad e historia natural. No es una queja. Lo decimos con orgullo. En los tiempos actuales, de cambios fugaces y altísima movilidad, es muy raro que el tiempo dedicado a Quercus por los tres responsables actuales de la revista oscile entre los 21 y los 33 años. Trayectorias solamente superadas por aquellos suscriptores que sostienen la revista desde el primer número. Que los hay. Desde antes incluso, pues setecientos de ellos aportaron los fondos necesarios para lanzar un producto editorial que aún no existía. Una suscripción a ciegas que hoy ha ganado en prestigio con el término anglosajón de crowdfunding, pero que en 1981 era una temeridad.
Durante los cuarenta años transcurridos ha pasado de todo, como es lógico en un periodo de tiempo tan dilatado. En el ámbito general, se han ido sucediendo los gobiernos y los responsables de medio ambiente, la legislación ha avanzado mucho, la sociedad está hoy más concienciada y, sobre todo, hemos asistido a la revolución digital, con lo que ha supuesto para los medios de comunicación y, en particular, para las revistas especializadas. En el terreno personal ha habido decesos y alumbramientos, cambios de trayectoria, distanciamientos y reencuentros. Todos hemos madurado e incluso envejecido. Lo normal en esas cuatro décadas que, de una forma u otra, llevamos compartidas.
Por eso este número de Quercus, el 430 (que se dice pronto), está repleto de homenajes y aniversarios. Hace 250 años se creó el Real Gabinete de Historia Natural, antecedente del actual Museo Nacional de Ciencias Naturales. Félix de Azara, el Darwin español, falleció hace 200 años. Han pasado cuarenta desde que Francisco Bernis publicó La población de las cigüeñas españolas y empezó a situar a España entre los países europeos con peso en la ornitología mundial. Fue también en 1981 cuando Agustín Ibarrola creó el Bosque Pintado de Oma. Y hace diez años que se implantó en España el sello MSC, que garantiza productos pesqueros obtenidos con garantía se sostenibilidad para mares y océanos. Los mismos que cumple también la Fundación Oxígeno. De todo ello queda constancia en las páginas de este número especial, así como del apasionante momento que atraviesa la conservación en España, con un pronóstico más favorable de lo que muchos podían suponer para ciertos emblemas de nuestra fauna. Pero no faltan amenazas, antiguas o de nuevo cuño, que nos impiden bajar la guardia.
Quercus ya no es sólo una revista impresa, sino que se ha diversificado en una página web, dos formas de suscripción digital, una de ellas con contenidos enriquecidos, redes sociales y envíos periódicos de newsletters. A todo ello habría que sumar una librería Linneo que siempre ha sido virtual y hoy ha ampliado su oferta a otros muchos productos de interés para los naturalistas. El remate han sido esas lechuzas de Antonio Sacristán que, como hace cuarenta años, vuelven a engalanar la portada de un Quercus con vocación de seguir dando guerra.