Por José Pablo Veiga
Para un biólogo ser testigo de un acontecimiento singular de la naturaleza es un privilegio y, si se le presenta además la oportunidad de cuantificarlo, un reto. Por eso, cuando a finales de marzo de 2020, con la práctica totalidad de la población española encerrada en sus domicilios a causa de la pandemia causada por el SARS-CoV-2, empecé a notar en los alrededores de mi domicilio un comportamiento atípico de algunas rapaces, cogí la grabadora y los prismáticos y me eché al monte a ver si conseguía enterarme de qué estaba pasando ahí fuera.
La idea básica era doble. En primer lugar, aprovechar la ausencia de actividad humana en zonas habitualmente muy transitadas para evaluar hasta qué punto este factor ambiental reduce la abundancia o la actividad de las rapaces diurnas, un grupo especialmente sensible al mismo. En segundo lugar, ver si el cambio de comportamiento de estas aves, singulares indicadoras de diversidad biológica, en hábitats-isla con un relativo buen estado de conservación, ponía de manifiesto un impacto significativo de la presencia humana.
AUTOR
José Pablo Veiga Relea es doctor en biología y profesor de investigación en el departamento de ecología evolutiva del museo nacional de ciencias naturales (CSIC). Lleva 45 años investigando el comportamiento y la ecología de varios grupos de vertebrados e invertebrados. En 1982 leyó su tesis doctoral sobre la ecología y las relaciones interespecíficas de una comunidad de rapaces y, después de un largo paréntesis trabajando sobre otros grupos taxonómicos, está a punto de publicar un libro sobre las rapaces diurnas del Pirineo. Ha participado en más de veinte proyectos de investigación, de los cuales ha dirigido más de la mitad.
Correo electrónico: jpveiga@mncn.csic.es