Por Carlos Villanueva
Un año más el programa PASER de SEO/BirdLife ha llegado a su fin. Un año más para la estación de anillamiento de La Quebrada, dentro del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel (Ciudad Real). Veinticinco años han pasado desde que se iniciara esta actividad de la mano de Alejandro del Moral, anillador principal de la estación. Desde aquel 1997, han sido muchos los que hemos pasado por La Quebrada con mayor o menor asiduidad, como colaboradores de la estación o como meros curiosos, viendo el devenir del maltrecho Parque Nacional de Las Tablas, unas veces secas, otras llenas de agua.
Cerca del Centro de Visitantes, desde el Molino de Molemocho parte un camino, Guadiana abajo, que llega hasta el final de las Tablas, en el molino de Puente Navarro. Poco antes de llegar allí, el Guadiana, la madre vieja del Guadiana, hace un quiebro en su suave discurrir por la meseta manchega, para dar lugar a La Quebrada, de ahí el nombre, junto a la Casa de los Motores, al lado de la Casa de Julio Escuderos, el último pescador de Las Tablas.
Antigua casilla de pescadores en La Quebrada, con una vista de las Tablas detrás. Esta fotografía fue tomada en abril de 2010.
Un corto camino bordeado de viejos olmos, en los que cría la carraca cada año, da entrada a una antigua casilla de pescadores. Las toscas paredes de piedra encaladas soportan una cubierta de madera bajo un tejado de caña y carrizo. Desde el antiguo y amplio horno que ocupa la parte de atrás de la casilla parten los restos de la antigua calzada romana, sobre la que el Guadiana se rompe cuando tiene la suficiente agua como para poder llamarle río. Las zarzas y unos viejos sauces la delimitan. Al otro lado del horno hay un campo de membrillos, alguna higuera y algún almendro, junto a los granados. Eso es La Quebrada, donde cada mañana, Julio Escuderos, a pesar de sus noventa y tantos años, siempre acompañado de su primo El Trompa, quién también atesora los suyos, toma un barco de vientre plano y se adentra en el río, en las Tablas.
Encuentro con los carriceros
Es allí donde cada mañana, más o menos cada diez días, como señala el protocolo, de cada año desde entonces, cuando va llegando abril, y como si del cazador de Delibes se tratara, se nos vela el sueño en ansias de llegar hasta La Quebrada para iniciar una de las jornadas de anillamiento que marca el PASER.
Allí nos encontramos con los carriceros que con sus 9 o 10 gramos de peso, y tras atravesar el Sahara, no solo vuelven al centro peninsular, sino que vuelven a La Quebrada, allí donde nacieron, allí donde criaron el año pasado. Para caer en nuestras redes, y mirarnos con cara entre asombro y reencuentro. Unos se quedarán como cada año, otros seguirán camino hacia el norte. Lo sabemos porque son los de mayor tamaño, más ala y más peso. También mosquiteros, currucas, carricerines, golondrinas, bigotudos, pájaro moscón, ruiseñores, zarceros, gorriones, jilgueros, buscarlas, verderones, verdecillos, estorninos, mirlos, oropéndolas, martín pescador, cogujadas, tarabillas y hasta algún avetorillo o una oropéndola. Unos de paso, otros de cría y, cómo no, los pollos que llegan a la vida en La Quebrada.
Redes para la captura de aves en la estación de anillamiento de La Quebrada.
De abril hasta julio nos dará de sí el PASER para abrir nuestras redes al alba y recogerlas a media mañana. Con días frescos, días de viento, días de sol sofocante. Años en los que para registrar las redes tendremos que mojarnos hasta la rodilla o hasta la cintura. Y otros en los que solo sentiremos el calor del suelo quebradizo, tal es el devenir de este humedal, el devenir de las Tablas. Julio nos visitará cada mañana, tras su paseo en barco, y nos peguntará qué hemos cogido. Con la mirada centelleante de un niño en la noche de reyes nos trasladará a tiempos pasados en los que el Parque Nacional era más Parque Nacional que nunca, cuando aún no tenía ese calificativo. A cuando bajo el amparo de los que vivían de él atesoraba más biodiversidad que ahora bajo el manto de todas las leyes y convenios que no le devolverán su esplendor.
'No sabéis lo que era esto'
Es entonces cuando a pesar de nuestra experiencia, de nuestra formación y de todas nuestras guías de campo, nos damos cuenta de lo poco que sabemos de este espacio natural, y de lo que nos hubiese gustado vivir otra época para que Julio no nos tuviera que decir tantas veces como colofón a sus relatos; “es que vosotros no sabéis lo que era esto”.
En La Quebrada uno es capaz de conectar con sus orígenes, con la naturaleza, como si a pesar de todas sus transformaciones, estuviéramos en la época de los Escuderos, aturdidos por tanto sonido lleno de vida. Así lo sintió sin duda mi hija de doce años durante la última jornada al decirme de camino a casa: “Cuando me he quedado sola, aquí escuchando en el silencio, me he sentido, puf, no sé, como muy grande.”
Carricero común en el momento en el que lo están anillando.
Ya se ha enganchado a La Quebrada, ya no podrá dejar de volver aquí. Quizás por ello todos estos pequeños pájaros que ahora atrapamos y medimos llevan cientos de años viniendo generación tras generación; tal vez por eso Julio no puede dejar de venir ni un solo día; tal vez por eso nosotros soñamos con la próxima jornada de anillamiento que estaremos frente a La Quebrada. No en vano han pasado 25 años.
AUTOR
Carlos Villanueva Fernandez Bravo (cvillanf@gmail.com), biólogo, trabaja como técnico de medio ambiente y desarrollo rural en el Ayuntamiento de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real).