¿Qué pasaría si se propusiese hacer un aparcamiento donde se levanta el Museo del Prado, como algo más útil para el vecindario? Pues no es muy diferente convertir la naturaleza de la espléndida Canal Roya y su profundo misterio en un carrusel para aumentar las ganancias de la industria del esquí.
Por Eduardo Martínez de Pisón
Nunca pensé que tuviera que escribir a favor del estado natural de la Canal Roya. Creía con ingenuidad que sus calidades, tan evidentes, la hacían inviolable, que cualquiera con un mínimo de amor a la montaña, de conocimiento, sensibilidad y respeto, la admiraría y protegería. Pero mi confianza en quienes planean los destinos de nuestros territorios y paisajes de dominio natural ha sido una vez más defraudada y hay previstos proyectos de inversiones elevadas para convertirla en un soporte de pilonas, torres, cables, transporte mecánico por las alturas y remedo de parque de atracciones, que acabarán con el frágil legado de su espléndida muestra de naturaleza pirenaica.
Tras la pérdida de Espelunciecha, al otro lado del collado, por mera expansión del terreno industrial a costa del natural, sacando dinero de donde no parece el fondo más adecuado, proseguirá tercamente la pérdida de espacio de valor natural por uno de los paisajes altoaragoneses mejor cualificados.
Por la Canal Roya aún corren libres los viejos espíritus de la montaña, esquivos y delicados, pero huirán irremediablemente cuando comience la instalación de los teleféricos, al golpe del primer martillazo que suene en el valle, rebote en el Anayet y repita el eco del pico de Malacara. No se hace, pienso, como pudiera parecer, por exclusivo de seo de dañar la naturaleza pirenaica, aunque quién sabe, sino para aumentar negocio. Pero todo tiene sus límites, señores, incluso el dinero. Si se tiene la gran suerte de poseer esta naturaleza tan valiosa, como aquí ocurre, hay que estar a la altura que reclama y preservarla.
La justificación económica, aparte de discutible en sus mismos planteamientos, no da vía libre para embestir contra toda calidad territorial, sino que exige, al contrario, de un temple civilizado, un claro deber de cuidado y preservación.
Dos modelos contrapuestos
Hay dos modelos contrapuestos en la actuación en buena parte del espacio pirenaico. Uno, el vigente (como en el resto de Aragón, por ejemplo con los aerogeneradores), es el de explotación como mero recurso especulativo, sin contemplaciones. Otro, el deseable pero no visible en casos como el de la Canal Roya, es el de atención, respeto y conservación, por sus altos e indiscutibles valores naturales y por su muy elevada capacidad educativa.
Los suelos ácidos de la Canal Roya y el macizo del Anayet dan lugar a una flora singular en el contexto pirenaico, como es el caso de Primula hirsuta, en la imagen (foto: Eduardo Viñuales).
Lo que entendemos que es un equilibrio ponderado entre la consideración sectorial del territorio como un uso productivo y un explícito cuidado del paisaje excelente como un legado vendría a ser la opción propia de una gobernanza madura, ecuánime y que emprende acciones culturalmente responsables.
No está siendo así y la apuesta especialmente imprudente por la perturbación de paisajes tan valiosos como los de la Canal Roya en detrimento de su protección nos deja sin esperanzas. Lugares tan notables tienen valores universales, no sólo locales, por lo que su petición de respeto nos alcanza a todos y por eso escribo estas líneas.
El fin de un buen gobierno
Tal vez fuera lo mejor dejar la naturaleza como está, pero hoy sería cándido creer que, sólo por tener calidad, se respetará sin más. Por la amenaza constante que se cierne sobre ella en casos bien concretos, no sólo en abstracciones, es decir, localizables en el mapa, es necesario contraponer otro modelo territorial claro, basado en el conocimiento, la admiración, la mesura, la generosidad y hasta el afecto por los lugares.
Nuestra propuesta es conocida y tiene dos actuaciones complementarias que, pese a su reiterado rechazo, volvemos a exponer. Por un lado, hay que ampliar el reducido Parque Nacional de Ordesa, adosándolo al del Pirineo francés por la alta montaña, hasta incluir la cuenca del río Aguas Limpias. Por otro, debe culminarse la declaración definitiva del Parque Natural del Anayet, que contendría la Canal Roya hasta el valle del río Aragón, con suficiente grado de protección para evitar daños como el que se proyecta y avecina. Ambos parques, complementarios, deberían ser el objetivo explícito y esperable de un buen gobierno que amase de verdad los sitios que le corresponde administrar.
No confío en que sea así, por experiencias pasadas. Sólo me queda utilizar el recuerdo de una broma que un conocido escritor italiano escribió cuando se pretendió construir un teleférico al Cervino. Dijo en aquel entonces que el fantasma de Whymper se aparecería de noche al ingeniero del proyecto para tirarle de las piernas cuando dormía. Cuenten con mi fantasma para hacer lo mismo con quienes pretenden algo parecido en la Canal Roya, en posible colaboración, ya se lo preguntaré, con los de Ramond y Briet. A mis años, no tengo ya nada mejor a lo que recurrir.
AUTOR
Eduardo Martínez de Pisón es catedrático emérito de Geografía Física de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido Premio Nacional de Medio Ambiente. Es un gran estudioso de los valores naturales y geográficos de las montañas del mundo y de los hielos glaciares, pero especialmente de los Pirineos.
Correo electrónico:
martineziseduardo@gmail.com
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