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Hembra de urogallo cantábrico sobre un serbal en un abedular en el Alto Sil leonés, uno de los últimos bastiones de la subespecie (foto: Manuel A. González).
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Hembra de urogallo cantábrico sobre un serbal en un abedular en el Alto Sil leonés, uno de los últimos bastiones de la subespecie (foto: Manuel A. González).

El urogallo cantábrico no responde al plan de choque

martes 29 de agosto de 2023, 19:44h
El urogallo cantábrico es el mejor ejemplo de que no basta con gastarse mucho dinero durante años en recuperar especies amenazadas si las medidas sufragadas –en este caso supuestas mejoras de hábitat y cría en cautividad– no funcionan. Mientras tanto, este emblema vivo de nuestros bosques más norteños desaparece silenciosamente.

Por Manuel A. González

El riesgo de extinción que corre el urogallo cantábrico (Tetrao urogallus cantabricus) es conocido por todos. Prensa, televisión y ahora también las redes sociales nos informan: cada vez hay menos. También las administraciones difunden las medidas que desarrollan para intentar su recuperación: se han destinado varios millones de euros en la última década a las llamadas mejoras de hábitat, a la cría en cautividad, al control de depredadores y a la educación ambiental.

Sin embargo, cada vez que se actualizan los datos poblacionales, se nos vuelve a explicar que la Cordillera Cantábrica sigue vaciándose de urogallos. Entonces las administraciones toman la decisión de volver a aplicar las mismas medidas que han fracasado, pero ahora con más dinero. Mientras tanto la sociedad, con muchas ganas de volver a tener una población viable de urogallos, sigue expectante.

Por un lado, las mejoras de hábitat no son posibles en los bosques autóctonos: no podemos mejorar un bosque viejo. Este tipo de medidas debería realizarse en las plantaciones de pino albar (Pinus sylvestris), abundantes en la cornisa cantábrica y en las que podrían aplicarse las medidas de gestión del norte de Europa, para dar heterogeneidad a un pinar homogéneo. Así aumentaría el hábitat disponible para los urogallos.

Por otro lado, la cría en cautividad implica capturar urogallos salvajes, radiomarcarlos y poder así, en la época de reproducción, retirar huevos para incubarlos en el correspondiente centro de cría. Esto conlleva muertes de ejemplares durante las capturas –el año pasado murió un macho durante estos trabajos en el Alto Sil leonés– y un éxito de eclosión ridículo en los huevos incubados en incubadora.

Si esto no es suficiente, hay que decir que los urogallos criados en cautividad tienen menos de un 20% de posibilidades de sobrevivir al primer año en el medio natural, una vez liberados. Y por si esto fuera poco, de ese 20% sólo el 20% llegaría a reproducirse. Es decir, habría que liberar doscientos urogallos –mitad machos y mitad hembras– para que cuatro hembras consiguieran sacar pollos adelante en el monte. Pero aún hay más. Para conseguir un stock cautivo con la suficiente variabilidad genética habría que capturar la totalidad de los urogallos salvajes.

En los últimos diez años se han liberado menos de diez urogallos cantábricos criados en cautividad, lo cual está muy lejos de conseguir asentar población. Todos los proyectos similares desarrollados en el pasado en Europa fueron abandonados por costosos e improductivos. Ya en los años noventa del siglo pasado, la Xunta de Galicia paró un centro de cría en cautividad por estar sobradamente demostrada su inutilidad. Ahora, la Junta de Castilla y León, en colaboración con el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco), invierte casi dos millones de euros en un nuevo centro de cría en cautividad en la provincia de León, una vez que el de Sobrescobio (Asturias) está en fase de abandono por el fracaso que supuso. ¿Por qué va nuestra sensibilidad hacia el medio ambiente por detrás de nuestro conocimiento científico?

Varias preguntas en el aire
Se han publicado decenas de artículos científicos acerca de la problemática del urogallo cantábrico: fragmentación del hábitat en forma de pistas forestales, muertes por colisión en parques eólicos, posibles problemas de endogamia, competencia con herbívoros domésticos y salvajes, cambio climático y molestias humanas, entre otras amenazadas analizadas.

Fuera de nuestras fronteras, en Escandinavia, la investigación más larga desarrollada sobre la productividad del urogallo ha demostrado la complejidad de los factores implicados y la imposibilidad de controlarlos. Y aún sigue habiendo muchas preguntas en el aire: ¿está la endogamia detrás del bajo éxito reproductor del urogallo cantábrico?, ¿puede estar teniendo la ivermectina un efecto sobre las redes tróficas en la Cordillera Cantábrica? ¿Por qué no se aplican las exitosas medidas llevadas a cabo en Estados Unidos para la recuperación de la subespecie attawateri de gallo de las praderas grande (Tympanuchus cupido)?

Con el conocimiento disponible, la ciencia siempre recomienda la protección estricta del hábitat. Donde hay o hubo urogallos en las últimas décadas, ¡por favor, no tocar! Esto significa minimizar cualquier actividad humana en los montes urogalleros y en una zona tampón en torno a ellos que debería de ser de al menos tres kilómetros.

A pesar de todo, las administraciones aplican una y otra vez fórmulas fracasadas y contraproducentes: supuestas mejoras de hábitat y cría en cautividad.

Gestores que no cumplen
La sociedad quiere urogallos y quiere saber con transparencia en qué se invierte su dinero. Las administraciones, a través de sus gestores, han de velar para que así sea. Si no cumplen ni lo consiguen por no tomar en consideración lo que dice la ciencia, deberían irse, en silencio. Lamentablemente, los únicos que se están yendo sin hacer ruido son los últimos urogallos cantábricos.

AUTOR
Manuel A. González, doctor en Biología, ha sido asesor del grupo de trabajo del urogallo del Miteco. Hizo su tesis doctoral sobre la ecología del urogallo cantábrico en el límite meridional de su distribución, donde hoy ya no queda ningún urogallo.

Dirección de contacto:
Manuel A. González
magong@unileon.es

TEXTO COMPLETO

Nota de Redacción:
Este artículo aparece publicado en el número 451 de la revista Quercus (septiembre de 2023).

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