A primeros de mayo me uní a un viaje organizado por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) para visitar la laguna de El Taray, situada en el término municipal de Quero, en la provincia de Toledo. Había un doble motivo: conocer un auténtico santuario dentro de La Mancha Húmeda, de difícil acceso al tratarse de una finca privada, e intentar localizar algún macho de avetoro (Botaurus stellaris), la tímida garza que ha sido designada como Ave del Año 2024. Tímida, escasa y fantasmal, pues se negó a recibirnos. Cabía dentro de lo muy posible, aunque hubiera ya un macho territorial cantando y se sospechara la presencia de alguno más. Verlo es casi imposible, oculto siempre en el carrizal, pero nos dimos el madrugón con la esperanza de escuchar al menos el lúgubre mugido que le ha valido tan chocante nombre vulgar. Ni una cosa, ni otra. Si tenemos en cuenta que el último censo coordinado arrojó la raquítica cifra de 18 territorios ocupados en toda España, la mitad de los cuales se concentran en Doñana, las posibilidades de tropezarse con un avetoro son remotas. Pero El Taray era un enclave muy propicio y eso nos hacía abrigar esperanzas. Otra vez será.
No fue una mañana perdida, pues la primavera lluviosa había convertido en un vergel la llanura manchega. La laguna estaba a rebosar de agua, aunque eso es algo frecuente por razones que se remontan a la Edad Media. Cuando fue preciso colonizar estas tierras a raíz de la Reconquista, se levantó aquí un pequeño monasterio asignado a la orden de San Juan de Jerusalén, cuyos monjes construyeron unas compuertas para cerrar el desagüe natural de la laguna e incrementar su profundidad. Pretendían favorecer así la crianza y la pesca de peces, que luego vendían por caseríos y aldeas de los alrededores. Con otros materiales, ese mismo sistema de represas se mantiene en la actualidad, de manera que El Taray suele tener agua incluso en los veranos más secos. No para la pesca fluvial, ni tampoco para la observación de avetoros y otras aves palustres, sino para propiciar la caza invernal de anátidas. Son otros tiempos. Ahora también sustenta una novedosa oferta de escondrijos para solaz de fotógrafos y naturalistas.
La laguna se forma principalmente con los aportes del río Riánsares, de prometedor topónimo pajarero. Pero no desagua como debiera hacia el cauce del Cigüela, salvo cuando hay mucha agua y rebosa de forma espontánea tras superar el nivel de las compuertas. Con el flujo interrumpido, el Cigüela no aporta gran cosa a las Tablas de Daimiel, que es a donde debería ir a parar un agua tan necesaria. Si a eso se une el maizal de regadío que suele usurpar el mítico emplazamiento de los Ojos del Guadiana y la cantidad de agua que se detrae, legal e ilegalmente, del Acuífero 23, pues a nadie le extraña que el Parque Nacional esté hecho una pena.
A falta de avetoros, de todo esto se estuvo hablando a orillas de El Taray. Ver cada laguna manchega como un ente aislado es un error monumental. La Mancha Húmeda es mucho más que la suma de sus partes, debería considerarse como un complejo entramado en el que participan charcas, lagunas, tablazos, surgencias, la red fluvial al completo y, en particular, su baqueteado acuífero. Todo sometido a los inevitables vaivenes del clima mediterráneo. Eso es lo que debería incluir y proteger un parque nacional y no únicamente las tablas que se forman, o más bien se formaban, cerca de Daimiel. Es cierto que existe una Reserva de la Biosfera que lo engloba todo, pero la influencia de dicha figura no pasa de ser testimonial. Algo se ganaría si el agua del Riánsares y de El Taray corriera luego por el Cigüela, aunque eso depende de los actuales propietarios de la finca. Por lo que supimos aquella mañana resulta que la tienen en venta, si bien a un precio prohibitivo. Quizá no tanto para la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha o para el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Nada en comparación con el traspaso de un futbolista. Las administraciones han estado comprando fincas de regadío precisamente para no regarlas. Es una buena apuesta, a qué negarlo, pero ¿qué pasaría si echaran un órdago?
Rafael Serra es director de Quercus