Junio - 2020 21 de diciembre de 2024
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Una parte considerable de cualquier carrera científica se sustancia en publicar los resultados de las investigaciones. Dicho así parece una perogrullada, pero no resulta tan obvio cuando la publicación se convierte en un fin académico en sí mismo y deja de ser un medio para poner en circulación conocimientos valiosos para el resto de la sociedad.
Hemos llegado al extremo de que se investigue para publicar y quizá no tanto para profundizar en una faceta concreta de la ciencia o buscar sus aplicaciones prácticas. En el mundo académico, llegan a pesar más las propias publicaciones que sus posibles consecuencias. No es extraño que hayan proliferado todo tipo de revistas, sobre todo electrónicas y en inglés, que permiten engordar el curriculum sin demasiados escrúpulos y, eso sí, a buen precio. En efecto, muchas revistas científicas, incluso las más renombradas, cobran por publicar. Un negocio redondo, aunque con frecuencia dudoso, hijo de estos tiempos acelerados que vivimos, en los que la apariencia –o el dinero– pesa más que el mérito.
Aunque mucho menos conocido, en nuestra fauna hay un vertebrado tan amenazado como el lince y el águila imperial. Su área de distribución se ciñe también a la Península Ibérica, pero no atrae el interés de la prensa ni suele beneficiarse de los planes y medidas que se arbitran para otras especies más carismáticas. Nos referimos al desmán ibérico (Galemys pyrenaicus), un pequeño topo de hábitos nocturnos y vida semiacuática, al que dedicamos muchas páginas en este número de Quercus.
En concreto, publicamos un cuadernillo central elaborado por el equipo responsable del proyecto LIFE+ Desmania, que ha contribuido lo suyo a sacar del ostracismo a este auténtico duende invisible. Sobre todo en las dos comunidades autónomas donde se desarrolla el proyecto, Castilla y León y Extremadura. Empezaron hace casi seis años y lo han dado por terminado el 31 de diciembre de 2018. Entre sus éxitos, cabe destacar una fórmula de colaboración sin precedentes entre gestores e investigadores en pos de un objetivo común: salvar las poblaciones más amenazadas de desmán ibérico. Aunque no abunda en ninguna parte, la batalla por la defensa de esta especie se libra en las sierras del Sistema Central, que marcan el límite más sureño de su área de distribución. A día de hoy, estos últimos contingentes sobreviven acantonados en unos pocos cauces fluviales del noreste de Cáceres y el suroeste de Ávila.
L a historia del movimiento ecologista español se cifra ya en décadas. La más veterana de nuestras ONG, que es la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), ha alcanzado los 64 años. La antigua Adena, hoy WWF España, cumplió 50 el año pasado. Greenpeace se constituyó legalmente en 1984, año de resonancias distópicas, pero en 1982 ya había impedido el vertido de bidones con residuos radiactivos frente a las costas gallegas. Amigos de la Tierra, por ceñirnos a las cinco grandes ONG ambientales de nuestro país, nació en diciembre de 1979, así que acaba de cumplir 39 años. La más joven del llamado G5 es Ecologistas en Acción, que también está de cumpleaños y a la que dedicamos varias páginas en este número de Quercus. Aunque los más de trescientos grupos locales que se confederaron en 1998 eran muy anteriores y algunos de ellos se remontan a los tiempos de la transición democrática. Así que no estamos hablando de una moda pasajera, sino de un movimiento social relevante y bien asentado. Lo que corresponde a un país europeo del siglo XXI.
Ledanca, kilómetro 95 de la Nacional-II. Viaje de regreso del Delta Birding Festival. Paramos a reponer combustible. Tres llamadas perdidas en el teléfono móvil. Número desconocido. Algo urgente. Hace cien kilómetros no había ninguna. Contesta Rafael Pardo. A duras penas se le escucha entre el fragor del tráfico. Es el presidente del jurado de los Premios de la Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad y parece que tiene buenas noticias. ¿Será una broma? Confiesa que, después de tres llamadas fallidas, estaban a punto de pasar al siguiente candidato. Debe tratarse, en efecto, de una broma.
El pasado 13 de agosto el Boletín Oficial del Estado publicó una lista con las 13 especies animales y 19 vegetales que se consideran “extinguidas en todo el medio natural español.” Es una exigencia que establece la Ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad de 2007, cumplida por la Comisión Sectorial de Medio Ambiente en su reunión del 26 de julio anterior. En total, 32 especies. Una de las razones jurídicas de esta lista negra es que no pueden arbitrarse medidas de reintroducción hasta que se hayan dado oficialmente por extinguidas y, claro está, siga habiendo reservas en algún otro lugar. Sin cumplirse dicha formalidad, tampoco pueden destacarse presupuestos destinados a tales fines. Pero a partir de ahora sí.
Durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, los humanos no tuvimos más remedio que compartir territorio con otras muchas especies animales. Unas veces como depredadores y otras como presas. Eso cambió drásticamente hace apenas 8.000 años, cuando la revolución del Neolítico planteó un nuevo escenario en nuestras relaciones con la fauna silvestre, y no ha hecho más que exacerbarse desde entonces. La convivencia más conflictiva era y sigue siendo con algunos competidores directos, a los que hemos erradicado o, en el mejor de los casos, arrinconado hasta lugares donde no molestaran demasiado. Los dos ejemplos más notables de esta desigual batalla son el oso y el lobo, a los que dedicamos muchas páginas en este y en el siguiente número de Quercus. Hace apenas unos años ambos eran considerados alimañas, pero hoy en día se han convertido en joyas zoológicas que merece la pena conservar. Muchos esfuerzos se han invertido en evitar su extinción definitiva y gracias a ellos la tendencia de sus poblaciones ha sufrido un cambio: lo que antes era escaso y remoto ahora empieza a ser más abundante y cercano. Lo cual plantea, claro está, problemas de convivencia.
El nuevo Ministerio para la Transición Ecológica, con Teresa Ribera al frente, ha apuntado ya algunos detalles esperanzadores sobre la política ambiental que podría aplicarse durante los dos próximos años, si es que se lo permite su exiguo apoyo parlamentario. Asuntos tan trascendentes como el cambio climático, las centrales nucleares o la política de trasvases han sido ya comentados por Ribera en clara sintonía con las reivindicaciones históricas de los grupos ecologistas. Confiamos en que este nuevo impulso se extienda también a la conservación de la biodiversidad y recupere el vigor que había perdido en anteriores legislaturas.
En plena canícula, en un mes de julio como este pero de hace cincuenta años, fue fundada la Asociación para la Defensa de la Naturaleza, más conocida por el acrónimo de Adena. Aunque sus siglas, ADN, tampoco habrían estado mal. Más adelante se incorporó al Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wildlife Fund) y desde entonces pasó a llamarse WWF Adena y, finalmente, WWF España. En Quercus celebramos su quincuagésimo aniversario con varias páginas firmadas por Juan Carlos del Olmo, su actual secretario general; Joaquín Araújo, uno de sus socios más veteranos; y Teresa Ribera, flamante ministra para la Transición Ecológica, que nos había enviado su artículo antes de que fuera nombrada para tan alta responsabilidad.
El hecho de que España destaque por su biodiversidad tiene, como lado perverso, que los impactos en su medio natural alcancen la magnitud que reflejan las cifras de animales electrocutados, envenenados o atropellados, por poner algunos ejemplos. Quizá sea ese también el motivo por el que los centros de recuperación de animales salvajes desempeñan en nuestro país una labor que, hoy por hoy, nos parece insustituible. Su papel sintoniza plenamente con la demanda de la sociedad y el derecho de los ciudadanos a una vida silvestre bien conservada. Y, por supuesto, a que los animales heridos puedan ser atendidos y rehabilitados en las mejores condiciones posibles, cuando son víctimas, con más frecuencia de la deseable, de los daños que causan las actividades humanas.
Es fácil dejarse llevar por el desánimo ante la avalancha de agresiones que sacuden al mundo natural. La nuestra es una vocación que no termina de acorcharse, como se supone que ocurre en los juzgados de guardia o las urgencias hospitalarias. Sin embargo, si echamos la vista atrás con un poco de perspectiva y optimismo, el balance no es tan sombrío como parece. En un plazo de tiempo bastante breve, por ejemplo desde 1975 y la Transición Democrática, han sido muchas las batallas ganadas, no por la fuerza, sino mediante la razón y el convencimiento.
Ahí tenemos, sin ir más lejos, el trigésimo quinto aniversario del Parque Nacional de Cabañeros, factible gracias a que un puñado de activistas conjurados en torno al grupo Phoracantha lograron lo impensable: que un campo de tiro se convirtiera en espacio natural protegido. La revista Quercus tuvo un papel decisivo en aquella proeza, como recuerda Benigno Varillas unas pocas páginas más adelante, asistido por José Manuel Reyero y otras muchas personas que invirtieron tiempo, entusiasmo y rebeldía en una ocupación simbólica y ya histórica.
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